Verdaderamente te das cuenta de cuánto se puede llegar a querer a un hijo cuando te conviertes en madre. Es entonces cuando aprecias las pequeñas cosas y cuando entiendes muchas otras que, desde el papel de hija (o hijo) se ven muy diferentes. Por eso y porque no sólo nos hemos de acordar de ellas el "día de la madre", este post va dedicado a la mía. A la que pasaba noches en vela cuando yo era pequeña (es cierto que los papás están un poquito sordos por las noches), a la que se ponía en mi lugar cuando sufría mal de amores o con la que compartía días enteros de compras (esto lo hacemos aún, aunque de otro modo). Llega un momento en que las circunstancias cambian y hay muchos elementos que se invierten. Llegado cierto punto, empezamos a preocuparnos por los hijos y por los padres. Hay hechos que marcan un antes y un después, pero hemos de hacer un esfuerzo por salir adelante, y devolverles todo aquello que han estado haciendo por nosotros durantes tantos años.
Y como nunca está de más hacerles algún que otro regalito (ellas siempre se alegran con cualquier cosita), y dado que se llevan los bolsos artesanales, con materiales de toda la vida y cuidados al detalle, le he comprado esta bandolera de mimbre (que, además, se la puedo pedir prestada cuando quiera).
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